Una comitiva de tres coches se desplaza en medio de la noche por la Turquía profunda. Se trata de un fiscal y sus ayudantes, varios policías y militares, y dos presos hermanos acusados del asesinato de un hombre, cuyo cadáver hicieron desaparecer y que ahora tienen que confesar dónde lo enterraron.
Con esta historia de fondo el director nos describe de una manera extraordinariamente lenta una serie de personajes con sus pequeñas historias ocultas y sus particulares estados de ánimo. La película dura algo de 2 horas y media para al final no contarnos prácticamente nada.
Nuestro amigo Boyero la describe a la perfección: "Mi larga experiencia con un tipo de cine que solo encuentra acogida fija y frecuente veneración en los festivales me previene inevitablemente cada vez que en el arranque de una película observo como la estática cámara filma un paisaje en el que divisas remotamente a gente o coches que se acercan.
Suele ocurrir que el director está empeñado para otorgar realismo o debido a su nula imaginación en que el tiempo cinematográfico se corresponda con el tiempo real. Eso quiere decir que pueden pasar siete u ocho minutos desde que ves a esos personajes a lo lejos hasta que se colocan delante de la cámara. Estás en el territorio de la nada. Y yo me echo a temblar ante lo que puede venir después. En el vocabulario de sus densos autores no figurará jamás la palabra elipsis.
Así empieza la película turca Érase una vez en Anatolia, dirigida por Nuri Bilge Ceylan, señor que ha conseguido numerosos premios en los festivales con títulos como Lejos, Los climas y Los tres monos. La primera hora de las casi tres que dura esta ininteligible pesadez no te permite enterarte de qué va su historia. Esos coches que veíamos acercarse en la noche y en medio de un paisaje montañoso de Anatolia los ocupan policías, jueces, procuradores y un individuo esposado y sospechoso de haber cometido un crimen o haber sido cómplice o testigo de él. Van de un lugar a otro mientras que establecen fatigosas conversaciones sobre el divorcio, los hijos, los antiguos sueños y la vida cotidiana. Y de vez en cuando le sueltan una colleja al preso. Pero fundamentalmente no pasa nada que merezca la atención. Después tampoco, aunque al menos pueden intuir que existe un argumento, un mínimo de coherencia entre tanto discurso existencial.
Al terminar te asalta la sensación de que llevas un día entero en la sala, te duele el cuerpo por los infinitos cambios de postura. Sé que hay muchas formas de perder el tiempo, pero hacerlo con una película insufrible es una de las más absurda".
La película ganó el Gran Premio de la Crítica de Cannes, creo que más por lo que parece que dice o que cuenta, que por lo que realmente es, en eso sí tiene mérito el director.
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