Un actor famoso por interpretar a un superhéroe icónico "Birdman", se enfrenta a un nuevo reto, sacar adelante un espectáculo de Broadway que tiene todos los ingredientes para ser ruinoso y de paso revitalizar su carrera como actor, mientras que además trata de recuperar a su mujer y a su hija.
González Iñárritu fue el magnífico director que nos deslumbró con sus películas tristes de historias cruzadas de personas que hacen frente a situaciones extremas. Amores perros, 21 gramos y Babel fueron grandes obras que aunaron el favor de la crítica y del público.
Era de los pocos directores que después de haber dado el salto a Hollywood había logrado seguir siendo bueno e interesante. En su anterior película, Biutiful, del entonces ubicuo Javier Bardem, nos dejó una impresión extraña, ya no era tan convincente como las otras.
Con esta última, ha sido peor todavía. Con una buena historia acerca de una producción teatral ruinosa, con un actor trasnochado que intenta volver a ser quien fue, que puede servir de base para una gran película, sin embargo Iñárritu centra la historia en muchos momentos sin sentido. Las escenas de vuelo del actor, su esquizofrénico desdoblamiento de personalidad, el priapismo inesperado de Edward Norton rodando una escena con la mujer de él, me parecen licencias cinematográficas completamente vacuas y superficiales, propias de esos directores que empiezan a creer que el valor de una película reside en ellos mismos y que contarla de manera demente o extraña la hace más original y valiosa.
El caso es que esta mañana he leido que Michael Keaton seguramente sea nominado al Óscar al mejor actor, lo que nos faltaba.
Me parece que olvidan lo que tiene que ser más importante en el cine: entretener. Algunos quizás debieran volver a ver la saga de El Padrino, por ejemplo, para ver que la protagonista principal es la propia película.
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