Un misterioso piloto de motos acrobáticas -Ryan Gosling- decide abandonar el circo en el que trabaja cuando se entera de que una novia que tuvo ha tenido un hijo del que él sería el padre.
Como quiera que ella ha rehecho su vida con otro hombre, él decide reconquistarla ganando dinero atracando bancos con su moto, hasta que en uno de ellos es acorralado y disparado a muerte por un policía de gatillo fácil.
Hasta aquí la trama resulta entretenida, sobre todo por el buen hacer de Gosling y de una muy convincente Eva Mendes, que además por una vez no hace un papel de chica guapa.
El problema surge cuando el hijo de este policía -Bradley Cooper, que a pesar de ser buen actor he descubierto que sin esas antinaturales mechas que les ponen a los actores americanos, también me resulta incómodo de ver- con el tiempo se cruzará con el hijo de Gosling - de ahí imagino el título en español- y la película, además de hacerse interminablemente larga, se vuelva también increíble, con un afán moralizante que nos aconseja no ser malos nunca, porque tarde o temprano lo podemos pagar.
Inevitable destino de buenos actores americanos que de vez en cuando tienen que pagar el tributo de hacer estos pestiñazos dramáticos artificialmente misteriosos, que supuestamente elevarán su caché artístico.
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