π (1998), Darren Aronofsky. (Pi, fe en el caos )

Decía más o menos Stravinsky de una manera un poco cruel que Vivaldi no había compuesto 500 conciertos, sino que había compuesto 500 veces el mismo concierto. En el caso de Aronofsky se podría decir algo parecido con alguna de sus películas.

Sus obsesiones dominan por completo sus historias: la esquizofrenia, los fármacos y las drogas, o el judaísmo, se repiten de manera constante en ellas.

Con esta base nos construye en su ópera prima una interesante historia sobre un joven matemático judío neoyorquino que cree que el mundo se puede resumir en tres axiomas: 

- las matemáticas son el lenguaje de la naturaleza.
- todo lo que nos rodea se puede representar y entender mediante números.
- si se hace un gráfico con los números de un sistema, se forman modelos, estos modelos están por todas partes en la naturaleza.

A partir de ahí consigue elaborar un papel con unas predicciones, que a pesar de no satisfacerle porque piensa que se trata de un fallo en el programa que ha utilizado, despertará el interés en una empresa que cree que servirán para descubrir el modelo matemático de la bolsa en Wall Street, y de un grupo de judíos estudiantes de la Torá que creen también que esa predicción de 216 dígitos representa el verdadero nombre de Dios, que se perdió en la destrucción del segundo templo de Salomón.

A partir de ese momento se ve envuelto en una persecución por parte de un grupo de místicos judíos y de la empresa de finanzas. Buscando refugio y apoyo se reunirá periódicamente en casa de su antiguo profesor y a través de partidas de go -el juego estratégico japonés para dos jugadores- intentará lograr lo que su maestro no logró.

Originalísima película y su manera de dirigirla que ganó el premio al mejor director en el Festival de Sundance de 1999 y que supuso un hito en su momento, aunque ahora, como ya hemos visto otras películas suyas posteriores, malévolamente nos venga a la memoria la cita del músico ruso.